domingo, 14 de marzo de 2010

Julliet despierta




Julliet entreabrió sus enormes ojos plateados, todo estaba en total penumbra a su alrededor pero sus ojos rápidamente se adaptaron a la oscuridad de la habitación. Un siglo durmiendo había sido demasiado tiempo, se sentó en la cama sintiendo como su larga cabellera lacia y pelirroja se caía como seda por sus delgados y pálidos hombros. Las largas cortinas evitaban que la luz de la luna se filtrara por los grandes ventanales que estaban en toda la pares del fondo, al lado de la enorme cama matrimonial dos mesillas de noche de caoba, cada una con una antigua y delicada lámpara. Alfombras exóticas por todo el suelo, cuatros de distinguidos pintores adornaban con pereza las paredes cremas de la alcoba.

Con la mirada perdida Julliet observo las pequeñas motas de polvo que flotaban delicadamente en el aire, como si danzaran ante una melodía sorda e inexistente.  Escucho pasos provenientes del pasillo, en un movimiento casi imperceptible estuvo frente a la puerta, sin reparos salió curiosa, la luz le incomodo por unos segundos peor al adaptarse se encontró con la mirada atónita de uno de sus sirvientes. Podía verse reflejada en sus pupilas marrones; su esbelta y pálida figura, su cabellera roja calendo dócilmente por sus hombros hasta sus caderas, sus labios con su marital rojo sangre, y aquella bata de dormir de tirantes, de seda negra que se adhería a sus curvas con suavidad. Desclasa avanzo hasta el joven vampiro que saliendo de su asombro se inclino ante su ama.

-Es una alegría ver que a despertado su alteza.
-¿Dónde esta Dimitri?
-En la sala de juntas, su alteza-aun con la cabeza agachada en símbolo de respeto.

Julliet asintió sonriente dirigiéndose con pasos que parecían más el caminar de una bailarina de ballet en plena presentación. Se sentía hambrienta y aun algo cansada, pero deseaba con ansias poder ver a su Dimitri después de un largo siglo durmiendo. En su ausencia lo había dejado al mando de todos los vampiros, después de todo él era la luz de sus ojos, el único ser con quien se permitía ser débil y hasta dulce. Porque Julliet Feriad  era todo menos una vampiresa dócil, su carácter era impredecible y hasta pedante, sus decisiones estaban llenas de seguridad y sin la mas mínima oportunidad a ser cambiadas. Ellas ordena los demás obedecen. A sus 20,000 años de vida sabe mantener la cabeza fría en las situaciones más peligrosas y arriesgadas. Apasionada y con un sarcasmo casi tan grande como su ego.

Con una sonrisa en los labios dejando ala vista sus blancos y filosos colmillos abrió la gran puerta del salón de reuniones, un enorme salón cuyas paredes estaban repletas de retratos de famosos vampiros, lámparas pro donde quiera, una gran chimenea encendida, el suelo cubierto por una enorme y aterciopelada alfombra beige, en e centro una enorme mesa con mas de treinta asientos en aquella ocasión solo quince estaban siendo ocupados y en la cabecera mirándola sonriente y sorprendido, su Dimitri.

-Buenas noches caballeros-aun con su seductora y sarcástica sonrisa en los labios camino con paso seguro hasta Dimitri, sentía las miradas candentes de los otros vampiros ahí presentes sobre su poco cubierto cuerpo.

-Su alteza…-todos los ahí presentes hicieron una reverencia con la cabeza para luego volver a devorarla con la mirada, después de todo los nobles no tenían porque mantener su cabeza agachada ante ella.

-La reunión ha concluido por hoy caballeros, hagan el favor de retirarse de mi presencia junto con sus penetrantes e incomodas miradas- los fulmino con su gélida mirada de plata.

Todos se levantaron susurrando disculpas y saliendo con paso firme del enrome salón. Dimitri dejo escapar una risa algo infantil, Julliet voltio a mirarlo encogiéndose de hombros.

-¿De que te ríes imbécil?

Si aquellas palabras para ella eran muestra de cariño, del más puro afecto y confianza que te dan conocer a una persona por 20,000 largos años. Porque jamás de sus labios saldrá una palabra cursi, el romanticismo era para los débiles de mentes y ella se consideraba una mujer poderosa en todos los sentidos.

-De ti claro esta, entras prácticamente desnuda y pretendes que nadie te mire-Dimitri negó con la cabeza aun con esa sonrisa en sus delgados labios.

Julliet pro el rabillo del ojo se permitió obsérvalo a sus anchas, es que jamás se permitiría admitir que le encantaba contemplarlo, sus rajos masculinos, su nariz griega, sus enormes ojos azules, ese pelo negro siempre revuelto, la anchura de su espalda, la perfección de sus músculos y lo intimidante de su estatura. Ambos estaban detenidos en el tiempo, por lo menos sus apariencias, ella en sus eternos dieciséis y el en sus eternos dieciocho… por alguna razón mientras mas puro era su linaje mas tiempo tardaban en envejecer. Ella reina, el un noble.

-¡Estoy sedienta!-exclamo ignorando el ultimo comentario de su acompañante, se sentó en la mesa balanceando sus esbeltas piernas.

Dimitri se levanto colocándose frente a ella con una cálida sonrisa, con su mano retiro su cabellera azabache de su cuello colocándolo a la di posición de Julliet.

-Bebe Juli.

Julliet cerró los ojos mientras acercaba sus colmillos al cuello de su amigo, estos crecieron de tamaño y se clavaron en la piel. Por unos minutos se vanaglorio con el delicioso sabor de aquella sangre, como hacia que su corazón latiera a un ritmo acelerado y las venas le ardieran. Se separo lentamente de él, con los labios cubiertos de sangre y lo miro profundamente perdiéndose en esas pupilas azules. Sin permiso alguno Dimitri se apodero de sus labios, saboreo su propia sangre en ellos, degusto con lentitud cada rincón de su cavidad, memorizo cada textura, se perdió con cada movimiento salvaje de sus labios, exigiendo más el uno del otro. Al separarse el uno del otro se miraron con intensidad.

-Te extrañaba Julliet.
-Lo se, era inevitable que lo hicieras-prepotentemente se encogió de hombros mientras las carcajadas de Dimitri resonaron por todo el lugar.

Julliet llevaba más de 20,000 años sintiendo un amor sin medidas por aquel vampiro por el cual seria capaz de romper las reglas y normas aunque jamás lo admitiera ante nadie jamás, ni bajo tortura siquiera.

Pero Vladimir llegaría a su vida para confundirla, seducirla y hasta enamorarla, un demonio tienes sus encantos y era algo que Julliet aprendería. Se daría cuenta que los demonios son seres pasionales, hermosos, seductores pero demasiado peligrosos y seres en lo que jamás debes confiar.

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