miércoles, 5 de mayo de 2010

Cenicienta





Suspiros, caricias que se deslizan como el satén sobre la piel. Promesas mudas sin sentido, besos hambrientos, el le exigía todo, todo le pedía más ya nada le quedaba por darle. Su corazón ya le pertenecía aunque sabia de ante mano que jamás nada él le daría.

La  lluvia golpeaba sus cuerpos desnudos sin pudor, gotas traviesas se aventuraban por cada rincón. Suaves movimientos que se aceleraban ante la emoción, dos corazones que palpitaban sin sincronización y mucho menos con algo de amor. Pasión, deseo, anhelo de poseer, la abrazo dominante murmuro su nombre contra sus labios, ella se entregaba, le regalaba por minutos  su cuerpo y su alma, buscaba protección entre sus caricias, deseaba encontrar el amor escondido entre aquellas embestidas salvajes, desesperada trataba de hallar una frase de amor entre aquellos gemidos furtivos y prohibidos.

Ella sabia que no debía creer en aquellos juramentos, que no podía confiar en lo que sus besos prometían, pero  se dejaba engañar, se permitía dejarse envolver por esa mentira de  falso amor. Gemidos demasiado ruidosos, caricias demasiado fogosas, ella bailaba al ritmo de la pasión mientras el se divertía inventando nuevas historias de amor, las escribía con su lengua en su abdomen desnudo, disfrutando de aquellos estremecimientos que le provocaba a la joven, llevándola al limite de su resistencia.

El sol se escurrió entre las grises nubes, los grises ojos de ella se toparon con los marrones de él, resoplo otra vez como tantas veces mas no había nada en ellos. Al finalizar aquella danza de deseo vehemente todo se acababa, los juramentos, la dulzura que ella creía ver en cada beso. Se permitió mostrarse débil un segundo, acaricio su rostro, busco sus labios y se refugio entre sus brazos, desnuda, vulnerable.

-¿Te veré mañana?-pregunto vacilante mirándolo suplicante.

En silencio el se aparto de ella, cubriéndose con su traje de empresario, colocándose la alianza dorada que olvidaba siempre lo que significaba al volverla suya. El se iba como siempre a donde debía estar, con su familia en su hogar y la dejaba ahí en su castillo de cristal roto, deseado desaparecer y jurándose  como cada vez, que no volvería a dejarse caer en aquella lujuria de perdición, en promesas falsas escasas de amor.

Su figura se perdió a la distancia, descalza camino por los pisos fríos de aquel castillo sin rey. Sus zapatillas de cristal se habían roto, sus sueños de princesa habían sido traicionados y en hombres prohibidos se había refugiado. Buscaba algo que jamás hallaría otra vez, a su príncipe azul que la amo alguna vez, ella sospechaba que ninguna hada madrina aparecería para llevarla hacia su amor pues este ya no estaba aquí… Miro el cielo sintiendo las ultimas gotas de lluvia caer, las hojas secas enredarse en su cabellera castaña, su vestido blanco roto y sucio se dejaba guía por el viento. Y cerrando los ojos, alzando las manos, intentado volver a soñar ella se dejo llevar por aquella sensación de libertan… ella era el viento otoñal de aquella tarde.

Sintió como su cuerpo caía por el balcón de Rapunzel de su habitación, no había un príncipe con armadura y blanco  corcel esperándola abajo, peor tal vez… solo tal vez al final de aquella caída volvería a ver a su antiguo gran señor, que la esperaba mucho mas lejos de las nubes, mas ala de la eternidad.

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